jueves, 5 de noviembre de 2009

CONTRA LOS FETICHES ABSTRACTOS...

CONTRA LOS FETICHES ABSTRACTOS DE TODA LA VIDA

Por la tarde, un viento loco sacudió el árbol e hizo temblar las ramas del saber, y cayeron algunas disciplinas como monos choros de cola amarilla; los vimos caer sin poder auxiliarlos. Había un cielo púrpura que caía como un amplio mantel ensangrentado sobre el pasado. La muchedumbre era un cíclope gordo con un solo ojo de televisor que vomitaba un cuadrángulo perfecto de luces de discoteca. Era un viernes, nosotros íbamos dispuestos a salirle al paso a la mentira, queríamos contarle que ayer nos compadecimos de un borracho tendido en el suelo que soñaba dulcemente con una botella de alcohol que sabía a mata rata (campeón), por eso, y sin que se despierte, le dejamos una, claro; no sin antes haberle dado una que otra probadita. Estaba fuerte. Completamos el faltante con un poco de agua pura; presintiendo que de seguro, él nos lo agradecería con un “gracias pendejo”.

Pero eso no importaba, las garantías de que todo se desmoronaba como aquel borracho, estaban frente a nuestros ojos, la religión, el matrimonio y las leyes eran algo así como un compro fierros, catres, botellas o cambio pollitos por botellas o suegras; y nos reíamos sin percatarnos que nuestras sombras arrastraban muros con avisos políticos. Ya las damas de la noche salían de sus escondites con sus pequeños capullos de colores para susurrarle a la noche, el valor de sus encantos. La religión, el matrimonio y las leyes eran tres razones suficientes para que una persona normal, se jacte de su normalidad, para que los psiquiatras repartieran sus píldoras como granos de estiércol de paloma reseca que fue alimentada por un señor con mandil y anteojos.

Llegamos hasta las orillas del pozo de los deseos y echamos tres monedas falsas pidiéndole a la luna que alumbre a la pobre gata que hace días duerme debajo de un viejo auto sin llantas. Sabíamos que ella estaba en el cuarto creciente con su vestido de noche, estaba más estupenda que el corazón de un tornado bailando en las calles el último réquiem.

Ya la noche se hacía más noche; los árboles crecían con la oscuridad mientras las cantinas cerraban sus signos de interrogación y todo como por arte de magia, lentamente se iba apagando… ocurría así, cuando de pronto, horrorizados vimos como un señor enternado con cara de emoticón, salía de un edificio vecino con toda la cara pintarrajeada de luces indelebles de televisor; “esto es grave”, dijo uno de nosotros, yo dije: “amén”. La noche crecía como solo ella lo sabe hacer y por consiguiente, el mundo por unos segundos parecía mundo. Al cruzar la calle nos topamos otra vez con el borracho; esta vez estaba de pie, bajo un farol, bailando una estúpida canción que salía de un pub cercano; su télurica sombra tendida en el piso, era una cruz negra en pleno movimiento…